1.09.2011

Huahine II












Acá en el camping hay tres perros, pero uno en especial, se propuso cuidarnos. El primer día nos fuimos a caminar por la playa rumbo a la casa de Pascual. En un momento advertimos su presencia y cuando el camino se hizo intransitable, el animal paró. Estuvimos un rato largo hablando con Pascual en su alojamiento y a la vuelta, el perrito permanecía en el mismo lugar esperando por nuestro regreso. Siempre a una distancia prudente de un par de metros nos acompañó en la vuelta al camping. Durante la noche se quedó durmiendo en la puerta de nuestra habitación. Lo más asombroso fue cuando al día siguiente nos metimos en el agua a hacer snorkel. El perro se metió con nosotros y entró a nadar. Llegó un momento que la profundidad no le permitía hacer pie y, hábil conocedor de la zona, se paraba en los corales, descansaba unos instantes y seguía la marcha. Así fue como se metió a unos 400 metros adentro de la laguna. Una vez acabados los corales el tipo emprendió el regreso. Pero siguió firme y estoico desde la costa nuestro accionar en el agua. No se movió de allí hasta que retornamos.

Alguien pudo generar tanta demostración de afecto como éste animal? Si, Pascual. El hombre no entiendo bien cómo ni por qué se propuso que nuestro paso por Huahine quede grabado para nuestra posteridad sin pedir nada a cambio. Debo confesar que durante “el día Pascual” mi desconfianza me llevó a pensar más de una vez que en cualquier momento nos garcaba. Pasó por el camping a buscarnos, nos subió a su bote, y luego de un recorrido por la bahía de su casa, nos deposito en la isla paradisíca situada frente a su morada. El tipo nos dejó allí, en medio del agua cristalina, la arena y las palmeras. Pegó media vuelta y prometió volver por nosotros unas 3 horas más tarde. Fueron horas en las que parecíamos estar en la isla de la Laguna Azul. Al bajar el sol y la temperatura, la cosa empezó a ponerse algo tensa. Pascual no venía y los pensamientos nuestros comenzaron a ganarnos. “…Éste nos la mandó a guardar, mientras nos hacemos los delfines, el tipo nos está sacando todo y que nos venga a buscar Magoya…” Pero antes de entrar en paranoia completa, en el horizonte apareció nuestro mesías con su enorme sonrisa de dientes blancos y su bote a todo motor.

La noche nos encontró en el agasajo que Pascual había preparado para los huéspedes de su alojamiento, todos alrededor de un horno extrañísimo con forma de cohete, donde por dentro cocinaba una pata de cerdo, y por encima, tenía una parrilla con todo tipo de pescados. Para matizar la espera, la riquísima cerveza tahitiana Hinano. La ceremonia culinaria duro un buen rato. Mientras tanto, intercambiamos unas pocas palabras con los señores huéspedes. Con uno, que parecía el hermano francés del Pato Abbondancieri, cruzamos algo sobre Zidane y su destacadísima actuación en la Copa Mundial 2006. Como olvidar el baile que le dio a Brasil! No mucho más. El otro huésped, una versión blonda de Terminator. Nuestro inglés no era algo fluidísimo pero el de éste tipo era muy extraño. Ante cada pregunta nuestra nos miraba fijo a los ojos, respiraba hondo, se tomaba 30 segundos para buscar las palabras precisas, y cuando parecía responder en un inglés demoledor, salía con cualquier tipo de sonido que nada tenía que ver con el lenguaje humano. Entre las pocas cosas que pudimos entender con claridad: la primera que era soldier y la segunda que notificaba al gobierno francés sobre personas no calificadas (de vaya uno a saber que mierda) en Polinesia. No había mucho más para hablar con éste sujeto. Así como Pascual tiene una familia adorable, también sus amigos lo son. Promediando la cocción de la cena conocimos a Nano. El mejor amigo. Un tipo muy gracioso y divertido. Durante 15 años trabajo como distribuidor exclusivo en Polinesia de la cerveza Hinano. Ganaba muy buena plata pero vivía de Lunes a Viernes sin poder ver a su familia. Motivo fundamental por el cual tomó la difícil decisión de dejar de trabajar. Antes pagaba lo que quería con su tarjeta de crédito y hoy juntaba las monedas para comprar el pan en el supermercado. Pero confesaba sentirse una persona feliz. Volvamos a Pascual. Que comida preparó nuestro amigo! Toda clase de pescados. Marinados con salsas de coco o vainilla. Pez espada, atún y salmón. Todo en cantidades industriales. Y nosotros ahí. Comiendo esas delicias que mi memoria jamás podrá olvidar. No satisfecho con invitarnos a cenar, ahora me quería llevar al coral a hacer Surf con sus hijos. Pero al otro día debíamos partir bien temprano rumbo a Papeete. Ya era demasiado. Lo mínimo que podíamos hacer era levantar la mesa y lavar los platos. Fue durísimo convencerlo. Logramos el objetivo y pudimos devolverle con un mínimo gesto de nuestra parte tanta demostración de cordialidad. El Pato Abbondancieri, Terminator y sus respectivas familias, con los estómagos llenos, se levantaron rápido. Emprendieron la retirada declarando al unísono: “bon nuit”.

A ésta altura, Nano estaba entrado en alcohol y no paraba de tirar lecciones de vida: “tu mujer es tu mejor amigo y vos sos el mejor amigo de tu mujer”, “si tu mente está clara, no tenés nada de qué preocuparte”, “la plata pervierte y divide a la familia”, “a los amigos verdaderos los contás con pocos dedos de una mano, si no te alcanzan los dedos para contarlos, muy probablemente sea porque no tenés ninguno que valga la pena”.

Pascual feliz, no dejaba pasar oportunidad para pronunciar la nueva palabra que había aprendido en castellano: “sandía”. El postre que inundó la mesa posterior al pescado. Según él, la primera cerveza la disfrutaba, la segunda le daba sueño, y a partir de la tercera no podía recordar que le pasaba. Como así tampoco los nombres de las personas. De repente cambió el mío y empezó a llamarme “Bernardo”. La noche terminó a puro abrazo.

Cualquier persona con ganas de visitar la polinesia no debe dejar de lado la isla de Huahine. Si quiere sentirse como en su casa y disfrutar del encanto de las mejores playas sin la presencia de las grandes cadenas hoteleras, Pascual le abre las puertas del paraíso: www.hivaone.com

Nos levantamos bien temprano para tomar el vuelo a Papeete. A punto de pasar el control para subir al avión, aparece Nano al grito de: “Argentina!”. Se levantó a las 7:30 para despedirnos. Recorrió con su camioneta los 30km de su casa al aeropuerto, nos regalo un libro y dejo en claro que teníamos las puertas abiertas de su casa si queríamos regresar a Polinesia. Un gesto que nos dejó conmovidos, en deuda.

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